En el Día de la Madre, Huellas visibiliza la situación de niños sin figura materna y propone el voluntariado como una vía de cuidado comunitario.

¿Qué celebramos realmente?
En Argentina, celebrar el Día de la Madre está cargado de significado. Este día reúne a familias para celebrar con afecto y unión. Las mesas se juntan, los integrantes se dividen para preparar el almuerzo familiar y compartir un domingo juntos. A su vez, es uno de los días más esperados del año, en el que se recuerda constantemente en escuelas, en la televisión y en cualquier lugar.
El Día de la Madre es una fecha que nos invita a reconocer el amor, la entrega y el cuidado. Es un día que suele estar lleno de gestos, palabras y abrazos que celebran la presencia constante de una figura que acompaña. Es una fecha de ternura, de agradecimiento, de abrazos.
Pero también, puede ser un día de contrastes dolorosos para quienes crecieron sin ese abrazo, o sin una figura materna estable. Es un día que nos enfrenta a una realidad muchas veces silenciosa: ¿qué pasa cuando esa figura no está?
Miles de niños crecen sin el sostén cotidiano de una madre, ya sea por abandono, fallecimiento o por haber sido separados de su entorno familiar. En esos casos, el vacío no se mide solo en la ausencia física, sino también en la falta de un vínculo que brinde seguridad, confianza y amor incondicional.
La pregunta entonces se vuelve inevitable: ¿quién materna cuando falta la madre?
Maternar —entendido no como un rol biológico sino como un acto de cuidado— puede tomar muchas formas. A veces se expresa en una mirada que contiene, en un abrazo oportuno o en la simple presencia de alguien que escucha. “Cuidar, sostener y acompañar son gestos que trascienden los lazos de sangre: son expresiones humanas esenciales que permiten a cada niño sentirse visto y querido. Quienes son voluntarios en casas hogares viven esto de cerca; saben que acompañar transforma vidas”, reflexiona Ezequiel Rodríguez, fundador de la ONG Huellas, organización que desde 2007 convoca a jóvenes a donar tiempo en hogares de niños, entre otras instituciones.

En un contexto donde muchos niños viven en hogares sin referentes afectivos estables, compartir momentos de conexión genuina, de manera constante y confiable, también es una manera de cuidar. “Ser voluntario implica mucho más que dedicar tiempo: significa brindar presencia, escucha y afecto, gestos que pueden tener un impacto profundo en la vida de un niño que crece sin una figura materna constante. Cada encuentro siembra una pequeña huella que puede marcar una diferencia inmensa”, agrega.
El cuidado crea un vínculo esencial
El cuidado es el primer lenguaje que aprendemos. Antes de hablar o caminar, los seres humanos aprendemos lo que significa ser mirados con ternura, atendidos con paciencia, sostenidos con amor. Esa primera experiencia de cuidado no solo calma el llanto o alimenta el cuerpo: construye la confianza básica que nos enseña que el mundo puede ser un lugar seguro.
Diversos estudios como UNICEF y la Organización Mundial de la Salud señalan que la existencia de un vínculo estable con un adulto disponible emocionalmente es uno de los factores más determinantes en el desarrollo emocional y social. Un niño que crece sintiéndose querido desarrolla mejores habilidades para afrontar la vida, construir vínculos saludables y confiar en sí mismo.
Por el contrario, la ausencia de ese vínculo genera un impacto profundo que puede acompañar a la persona durante toda su vida. La falta de cuidado temprano se asocia con mayores niveles de ansiedad, retraimiento, desconfianza y dificultades para establecer relaciones afectivas estables.
Cuando el cuidado falta, el mundo se vuelve un lugar incierto. Los niños que no cuentan con una figura estable de afecto deben aprender a sobrevivir en un entorno donde la confianza se vuelve frágil. Las carencias no son solo materiales: la ausencia del abrazo, la mirada o la palabra oportuna puede generar un vacío emocional difícil de llenar.
Según datos oficiales, en Argentina miles de niños y adolescentes viven sin cuidados parentales adecuados. Un relevamiento conjunto de SENAF y UNICEF (2022) indicó que unos 9.754 de niños y adolescentes están bajo medidas de protección excepcionales (internados en instituciones o al cuidado de familiares ampliados). Del total, el 58,5 % permanece en dispositivos institucionales y el 41 % vive con parientes ampliados.
La ausencia de cuidado no siempre es definitiva, pero sus efectos emocionales pueden perdurar toda la vida. Sin un adulto que escuche, abrace o acompañe, muchos niños aprenden a esconder lo que sienten, a protegerse del dolor cerrando el corazón. Esa desconexión temprana puede transformarse en dificultad para confiar, para vincularse, para imaginar un futuro diferente.
Por eso, acompañar no es un gesto menor. Es ofrecer una oportunidad de reparación emocional, una chance de construir un vínculo estable donde antes solo había incertidumbre.
El voluntariado como puente y apoyo afectivo en la infancia
En una sociedad donde muchas veces el individualismo domina, cuidar puede convertirse en un acto de resistencia. Significa salir del propio mundo para mirar al otro, reconocerlo, ofrecerle tiempo.
Cuidar implica escuchar, acompañar, jugar, ofrecer tiempo y presencia constante, aun cuando no haya un lazo de sangre. Cada gesto cuenta: una palabra amable, un abrazo oportuno o una tarde de juegos pueden sembrar confianza donde antes había silencio.
Estar al lado de un niño puede parecer simple, pero tiene un poder enorme. Es jugar con alguien que no tiene con quién jugar. Escuchar una historia que nadie preguntó. Acompañar un dibujo, una conversación, una tarde de juegos.
En Huellas, el voluntariado se convierte en un puente entre la soledad y la esperanza. Cada sábado, jóvenes dedican dos horas a compartir con niños que viven en hogares convivenciales. A través del juego, la conversación, la escucha y la contención emocional, se crean espacios donde el afecto es posible y la confianza vuelve a crecer.
El voluntariado no busca reemplazar la figura materna, sino ofrecer otra forma de cuidado: la de la presencia comprometida. Cada encuentro es una oportunidad para sembrar confianza, autoestima y seguridad emocional. Con el tiempo, los chicos comienzan a anticipar ese momento, a esperarlo, a sentirse elegidos.
Estas experiencias brindan a los niños momentos de afecto y juego compartido, aspectos clave para su bienestar emocional. En muchos casos, la simple presencia de un adulto interesado y divertido genera una alegría muy grande en los chicos y les permite sentir que su valor va más allá de las carencias familiares.
El acompañamiento voluntario representa una oportunidad de reconstruir, desde la empatía, aquello que la ausencia ha dejado incompleto.
Sobre Huellas
Si quieres formar parte de la ONG Huellas y con tu iniciativa regalar tiempo a un niño que lo necesita, puedes visitar huellas.social/Voluntariado o seguir las redes de la ONG en @huellas.social para conocer más sobre cómo involucrarte como voluntario.