Los tiempos actuales parecen ser más pasado que presente. La degradación social que hemos sufrido en las últimas dos décadas es alarmante. No sólo hemos invertido grandes esfuerzos en señalar culpables desde la esfera política, en lugar de encontrar soluciones, sino que como comunidad no hemos sido capaces de cuestionarnos profundamente para generar un proceso auténtico que satisfaga las necesidades humanas.
Argentina sufre una anomia moral que atraviesa todos los sectores de socialización. La normalización de la transgresión ha conducido a la aceptación de conductas nocivas para nuestro desarrollo como sociedad en evolución. Sin menospreciar a las sociedades primitivas, es necesario destacar que nos hemos convertido en especialistas en revisionismo histórico. ¿Por qué afirmo esto? Porque, como sucede con muchos conceptos científicos, nada se resuelve si no tomamos medidas prácticas que permitan modificar el futuro aprendiendo del pasado. Vivimos anclados, inmóviles, sumisos y estáticos frente a un mundo que avanza.
En este contexto, no hemos logrado responder si necesitamos una mejor sociedad para transformar al individuo, o si es desde el individuo que podemos cambiar la sociedad. Este artículo no pretende establecer una paradoja ideológica entre ambas posiciones, pero es evidente que no hemos alcanzado un consenso sobre el rol del individuo en la economía: ¿Es un trabajador que vende su fuerza de trabajo a los dueños de los medios de producción, o un creador de bienes y servicios de valor para el mercado? En esta Argentina donde nos encontramos con una sociedad sin sueños ni aspiraciones, carente de valores programáticos y sin aprecio por el mérito, estas preguntas son cruciales. Discutir para crecer es el desafío histórico.
Entonces, ¿Es más importante el perfil del individuo? Aunque no pretendo dar una respuesta definitiva, lo que parece fundamental es que mejorar el entorno requiere un trabajo personal profundo. El Estado debe ser garante del desarrollo individual, pero nunca su tutor. ¿Cómo se logra esto? A través de la libertad, la justicia y la interdependencia.
Aquí podemos recurrir al pensamiento de Ferdinand Tönnies, uno de los padres de la sociología moderna alemana, quien diferenciaba entre Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad). En las comunidades, las relaciones están basadas en la proximidad, el afecto y los lazos tradicionales. En cambio, las sociedades modernas son más contractuales, impersonales y utilitarias. Argentina, hoy, se enfrenta a una crisis que parece alejarnos de la comunidad y empujarnos hacia una sociedad carente de cohesión. Este marco conceptual nos permite reflexionar sobre cómo reconstruir las conexiones sociales sin perder la libertad individual.
Frente a una pobreza inédita en aumento, carencia educativa (la correlación en las variables estadísticas de estas dos aristas fueron en aumento de forma analógica en conjunto con la inflación), sumado a la falta de empleo de calidad y de servicios básicos, especialmente en el conurbano bonaerense, la marginalidad y la desesperanza arrasan con cualquier atisbo de esperanza.
La sociedad argentina parece haber degradado tanto las costumbres como las ideas. La invención de relatos popularesque distorsionan y descontextualizan la historia contribuye a este panorama desalentador. Un ejemplo claro de este fenómeno es el concepto de justicia social, desarrollado por Juan Perón a mediados del siglo pasado en su libro Doctrina Revolucionaria, escrito en 1951, donde proponía tres ejes programáticos: la dignidad del trabajo, la elevación cultural del hombre y la humanización del capital. Con el tiempo, estas ideas derivaron en redistribución del ingreso, que involucra un cooperativismo utópico, informalidad, precarización y pobreza. Antes, el trabajo era el eje central; hoy lo es el asistencialismo.
Es paradójico que Argentina, siendo un país capaz de producir alimentos para 400 millones de personas, tenga un 60% de niños menores de 14 años sin acceso a una canasta básica. Una nutrición adecuada es esencial para el desarrollo cognitivo, especialmente en los primeros 1000 días de vida. La calidad de los alimentos distribuidos en comedores comunitarios no cumple con los estándares nutricionales necesarios. Además, no existen políticas públicas que eduquen sobre hábitos alimenticios saludables. El resultado: una sociedad que, en lugar de desarrollarse, se enferma, tanto física como psicológicamente, debido a la dependencia de fármacos y bioquímicos.
Recursos naturales, economía del conocimiento y un territorio con un potencial indiscutido. La pregunta es: ¿generar valor agregado e industrializar son el camino para el país? En muchos sectores del mercado afirman que con las economías asiáticas ya nadie puede ser competitivo. Es respetable la postura, pero claramente genera dudas, sobre todo, si realizamos la lectura de ser beneficiarios de recursos naturales irrepetibles en otras partes del mundo. Además, es necesario observar el potencial empresario que existe en la Argentina. Orientar a la reinversión es el gran desafío que le toca a las próximas generaciones.
Apesar de este sombrío panorama, Argentina tiene un gran potencial de crecimiento. Sin embargo, es necesario debatir a fondo para aprovecharlo. El trabajo, la producción y la tecnología deben ser los pilares del futuro, lejos del clientelismo y la decadencia que nos han sumido en 20 años de atraso cultural. No será fácil, y seguramente requerirá “luchar” durante mucho tiempo. Pero esa lucha debe enfocarse en la construcción, el respeto, la organización, la generación de valor agregado y la industrialización. Porque, para alcanzar la paz, debemos estar siempre preparados para la guerra.
Por: Lucas E. Araujo