Patricia revisa su propia historia y la historia de una casa, me invita a meterme, me cuenta sobre sus antiguos dueños, un barrio y un edificio con sus sombras que la increpan.
Ella se deja increpar para descifrar. Porque hay algo en esa casa con pileta. Y hay algo que ella busca en la escritura.
En esos espacios de la casa, Patricia busca y encuentra -porque busca y averigua- algo de su historia.
Y escribe este libro para contarse. Quiere saber. Escribe.
Quiero saber. Leo.
Patricia me toma con su escritura. Me lleva, no se detiene.
Y yo no detengo la lectura. Me tiro de cabeza.
Recorro con ella su trayectoria adolescente, sus mundos de sensaciones.
Adoro a la Choco.
Abre un núcleo: el de la identidad. Y en ese puntapié inicial (vaya puntapié) dibuja una línea de largada, traza planos, los recorre y hace que me impregne.
Arriesgo una idea: la textilidad de su escritura me llega como una flecha.
Me hunde en acontecimientos nunca definitivos pero sí inmersos en un tiempo y espacio, ¿real? ¿onírico?
No importa.
Me cuenta su universo -a veces surrealista, delirante- y leyendo (nos) construye una cartografía que se sale de los límites de su jardín.
Arma una urdimbre que trama su deseo de saber y que luego estalla en una historia más grande, la de un tiempo pasado reciente que se revela. La historia de un Pozo.
Las familias y sus secretos se descubren por capas. Son como segundas o terceras pieles que aparecen, que pueden ser desgajadas, rasgadas como se rasga una tela al medio y quedan pedazos de materiales donde se cruzan ánimos y fantasías que forman, tal vez, una arquitectura emocional de la identidad. ¿Dónde está la propia existencia? ¿Quiénes somos en ese entramado? ¿Cómo transmitimos eso?
Esta historia es una historia que no para de crecer, de llenarse de preguntas que se ramifican metafóricamente. Pero intuyo que no quiero todas las respuestas, no hacen falta. Porque quiero seguir leyendo, como cuando quiero seguir soñando.
Les invito a leer Casa con pileta, y a dejarse rodear por los círculos que se forman cuando tiramos una piedra al agua.
Una lectura de Casa con pileta, por Laura Rosso
